Hola cinéfilos y demás morralla, viajemos hacia los infumables años 90; el germen del patético cine actual y década en la que San Stanley Kubrick se marchó a su planeta harto de compartir oxígeno con tipos como tú y Michael Bay. Vamos a hablar de El Gran Lebowski, una comedia de los Hermanos Coen, que no son malos, pero cuando mueran me gustarán más.
AVISO: Esta crítica contiene esa palabra inglesa que usamos cuando no queremos que la gente que no ha visto el Sexto Sentido sepa que Bruce Willis está muerto.
Partiendo de la base de que reírse es cosa de niños y gente que no para de hurgarse la nariz, Stanley Kubrick nos enseñó en Teléfono Rojo que no está de más de vez en cuando rebajarse a niveles básicos y soltar una risita controlada y bien estudiada. Por respeto al magnánimo director, me atrevo a sentar cátedra sobre la comedia El Gran Lebowski.
Fauna y flora de El Gran Lebowski
Como personaje principal tenemos a El Nota (Jeff Bridges, que en inglés es «Puentes», un dato que te doy), un tipo que viste siempre como si fuera a pintar el porche y cuya filosofía de vida es “no me rayes, ya se arreglará solo, ábrete una pipitas”. Me siento muy identificado con su alergia a trabajar, si bien él no lo hace porque es un vago y yo porque considero que doblar el lomo sería rebajarme a ser como tú.
El desencadenante de toda la trama es una meada en la alfombra de El Nota, lo cual provoca una serie de reacciones geopolíticas que afectan a magnates, artistas conceptuales, equipos de bolos, productores nopor, detectives privados y a una incipiente Irantzu Varela. Lo normal para alguien acostumbrado a ver mundo como yo. Tú igual te quedas descolocado.
Donny (Steve Buscemi, que en italiano es «perejil») y Walter (John Goodman, que en inglés es «buen tío») son los amigos de El Nota y tienen papeles cruciales en el desarrollo de la historia. El objetivo del primero es conseguir entrar en una conversación sin que le manden a tomar por saco. El segundo solo quiere lo que queremos todos: destrozar un Ferrari.
El Nota aguanta
La película es una sucesión de gags de Muchachada Nui, pero con cierta gracia. En tres o cuatro ocasiones esbocé una sonrisita de la que estoy seguro que mi amo Kubrick estaría orgulloso.
Admito que el hilo musical de El Gran Lebowski también es bueno, acompañando correctamente a toda esa retahíla de personajes pintorescos que van surgiendo escena tras escena para intentar que la película sea algo más memorable de lo que realmente es. La versión de los Gypsy Kings de Hotel California mientras el personaje de Jesús Quintana hace el amor con una bola de bolos, puede llegar a transmitirte lo que se estaba cociendo para las siguientes décadas. Los Coen nos avisaron y no supimos verlo. Bueno yo sí lo vi, tú no. Pero no te rayes, ábrete unas pipitas.
Los Hermanos Coen fallan al intentar transmitir mensajes con su comedia. El público no está preparado para analizar el espíritu de El Gran Lebowski después de ver cómo Walter baña a El Nota con las cenizas de Donny. Ellos solo se ríen como gaviotas mientras sus neuronas se sobrecalientan para tratar de evitar que se atraganten con las palomitas.
Pero es un buen intento de los directores. Yo lo sé ver y lo aplaudo con condescendencia y cierta ternura, ya que no son Kubricks. De hecho, nos cuelan un par de numeritos musicales que no se muy bien a qué vienen, pero bueno, cosas de humanos.
Finalmente, tras mucha ironía y sarcasmo que yo pillo pero tú no, la trama se cierra con un soliloquio de un tío que sabe de qué va la vida y bebe zarzaparrilla, mucho mejor que el ruso blanco.
Mi valoración es de 7 semillas de quinoa sobre 10. Podéis poner el cerebro a descansar, sé que mi prosa puede ser a veces demasiado para vosotros.
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