En plena II Guerra Mundial nacía en Nueva York una peca pegada a un hombre llamado Robert De Niro. Su padre era escultor y su madre poetisa y pintora, por lo que hubiera sido raro que el nene quisiera dedicarse a trabajar en una gestoría.

Al este en Little Italy crecía y vivía…

El pequeño Robert creció en el barrio neoyorquino de Little Italy y rápidamente quiso dedicarse a la actuación para no estar comiendo canelones toda su vida.

Si te preguntásemos la foto de qué director tiene Bobby en su mesita de noche, tú seguro que piensas en Martin Scorsese. Pues antes de él estuvo Bryan De Palma, que le dio sus primeros papeles, y ya sabemos que el primer amor es el que más marca.

Robert DeNiro activa el Modo Leyenda

De Niro tenía prisa por dar el pelotazo y se unió a Marty para hacer Malas Calles, película de mafiosos de poca monta. Para no encasillarse como gangster interpretó a un mafioso de mucha monta, aceptando una oferta que no pudo rechazar: un Vito Corleone joven y fresco en El Padrino II.

Ese papel le valió el Oscar a Mejor Actor Secundario y Robert de Niro supo que ya se había pasado el juego en Modo Experto. Activó el Modo Leyenda y en diez años el notas hizo Taxi Driver, Toro Salvaje, El Cazador, Érase Una Vez En América y Los Intocables de Eliot Ness.

Hemos parado para respirar porque el muy sinvergüenza luego hizo Uno de los Nuestros, El Cabo del Miedo, Casino o Heat. Así, una tras otra, formando junto a Joe Pesci y Scorsese el Big Three de Hollywood. Entre medias pues se casaba y se divorciaba, pero tú eres cinéfilo y eso a ti no te interesa.

El actor italoamericano también probó eso de ponerse detrás de la cámara y dirigió Una Historia del Bronx y El Buen Pastor, dos películas que para un domingo por la tarde sin fútbol ni sexo están bastante potables.

Algo pasa con Robert…

Y llegamos al nuevo milenio donde algo pasó. El caballero hizo Los Padres De Ella, fue un éxito, todos nos reímos, pero algo malo se estaba incubando… DeNiro se convirtió en una parodia de sí mismo, se hizo cirugía facial para mantener su característica mueca (sí, esa que todos imitamos levantando una mejilla y diciendo “Abogado, abogado. Sal ratita, quiero verte la colita”) y empezó a encadenar ñordo tras ñordo.

Tanto es así que cuando aparecía en alguna película decente como Joker, El Lado Bueno de Las Cosas o El Irlandés, nos hacía saltar las lágrimas. Como cuando Fernando Torres marcaba un gol cada 7 meses. Luego te enterabas de que el mismo año grababa tres comedias infames y un par de thrillers de mierda y ya te daba el bajón otra vez.

Y en esa dinámica estamos hasta el día de hoy, rezando para que termine de pagar las facturas que les obligan a aceptar todos esos papeles cacosos. ¿Es una vieja gloria acabada? No. Pero se esfuerza.