Hola cinéfilos y demás morralla, vamos a amortizar la suscripción a Netflix haciendo una crítica inmaculada sobre la película española Bajocero. Así, todojunto.
AVISO: Esta crítica contiene esa palabra inglesa que usamos cuando no queremos que la gente que no ha visto el Sexto Sentido sepa que Bruce Willis está muerto.
Empezamos mi impresionante e irrefutable crónica con un garrafal fallo de guion. Pero no de esta película, sino del cine español en general: ya basta de poner a Javier Gutiérrez como policía. No cuela. Es bajito hasta para jugar al ajedrez, no insultéis mi inteligencia poniéndole como agente del orden.
Este thriller se sintetiza en un asalto a un furgón blindado durante un traslado de presos. Podríamos hablar de su exploración sobre las miserias humanas y su acercamiento a la redención, pero es que no tiene nada de eso. Es puro entretenimiento con moralina facilona, para que los que no tenéis ni idea de cine estéis contentos, no os sobrecargue las neuronas y no haya que mandar al SAMUR a atenderos tras el visionado.
El catálogo de malhechores es el siguiente: el abuelo evasor, el rumano instagramer, el papasito latino, el cani que se resiste a evolucionar en trapero, el ladrón que no tiene ni media hostia y el ludópata que no se calla.
Arrancamos y vamos por una carretera secundaria de Guadalajara o por ahí, tras una intensa nevada. Y sin más, se cargan un coche patrulla, a tres agentes y frenan el furgón. Todos los racistas como tú pensabáis que eran los colegas del rumano, pero no. Era un abuelo que en su época ponía multas de tráfico. Todo un killer.
El caso es que el buen hombre quiere recuperar a uno de los presos, al cani, para versionar la justicia tocando la escopeta. Entre los presos hay un sesudo debate sobre si deben entregarlo o si deben matarlo, estafarlo, violarlo y entregarlo. Entre la confusión el cani se traga la única llave del furgón y ahora todos a esperar a que defeque.
“El arte consiste en remodelar la vida pero no crear la vida, ni causar la vida”.
Stanley Kubrick. No tiene nada que ver con la crítica ni con la película, pero me apetecía poner algo inteligente entre tanta simpleza.
Los presos van muriendo de diferentes maneras y al abuelo no se le ocurre pensar que quizás alguno de los agentes a los que ha matado también llevan llaves. Así que decide ponerse él a conducir el furgón y estacionarlo en un lago helado. Porque a veces necesita al cani vivo y a veces lo que quiere muerto, según le dé.
Tras ese accidentado viaje el guionista decide que es el momento de sacarse una salida secreta de la manga justo cuando el furgón está surcando las profundidades del lago. El agente Mediometro se enrolla y perdona a uno de los delincuentes mientras va a buscar al abuelo empapado de agua glaciar.
Finalmente descubrimos las motivaciones del asaltante, que de repente se torna en un abuelito triste e indefenso y el cani se convierte en una hiena satánica para que el espectador le condene sin remordimientos. El minipoli se vuelve a pasar sus protocolos por el arco del triunfo y ya con eso cumplimos con la profundidad del personaje y tal. Y la caballería llega cuando ya no hace falta, como siempre.
Resumiendo, es una película que no transmite nada a mi alma superior y que por lo tanto debe gustar a los justitos intelectuales que se conforman con las migajas del talento. Cada vez estoy más destroyer, no te cortes en pensarlo.
Mi calificación es de 2’5 quinoas sobre 10. Hasta que vuelva a ilumniaros.