El cine lo descubrieron/inventaron soñadores. Y la imagen cinéfila de un soñador es la mirada al infinito cielo, más allá de las estrellas. En esta pequeña guía repasamos el viaje del cine por el universo y viceversa. Seguramente falten por nombrar muchas películas del espacio importantes, pero como acabamos de reconocerlo, quedamos libre de culpa. Je.
Cine y espacio estaban condenados a encontrarse, gustarse, pedirse el Whatsapp y amarse. Y no perdieron tiempo ya que en 1902, siendo el séptimo arte un bebé en pañales, un francés llamado Meliés realiza Viaje A La Luna. Décadas antes de que la realidad lo hiciera posible, el cine ya lo soñó. La imagen de ese nuestro satélite cagándose en «tó lo que se menea” con un cohete incrustado en el ojo se convirtió en uno de los primeros iconos del celuloide.
Posteriormente varios directores siguieron haciendo viajecitos a la Luna y algún visionario se atrevió a ir más allá, a Marte. Pero no es hasta la década de los 50 cuando el universo le pide al cine que su rollete dé un paso más: convertirse en género. Unos años antes, Orson Welles se los puso por corbata a sus compatriotas usando las ondas radiofónicas con su Guerra de los Mundos. Era cuestión de tiempo que se usara el celuloide para tal fin.
Serie B. Los mataos también quieren hacer películas del espacio
Esta vez no éramos nosotros los que íbamos, sino ellos quienes venían. Y ellos por lo general eran hostiles, claro, de lo contrario nos quedamos sin película. Proliferaron las invasiones alienígenas, los ladrones de cuerpos, los marcianos colonizadores, las abducciones y las saturninas sexis. La serie B se ponía las botas. Entre todas estas cintas, conviene destacar Plan 9 del Espacio Exterior (1959), considerada la peor película de la historia, dirigida por Ed Wood, considerado el peor director de la historia. No tienen ni idea. Película de obligado visionado para todo aquel que crea amar el cine. Imprescindible hacerlo con colegas, cerveza y un notario.
En los 60, muchas industrias cinematográficas como la japonesa también vieron que eso de los marcianos les molaba a las mentes impresionables de la época y los británicos crearon su inacabable Doctor Who. En Italia, México, Francia e incluso España, se empezaba a coquetear con el más allá de la estratosfera. El cine y el espacio se fueron de luna de miel por todo el globo.
Llegan los empollones para filosofar en el cine espacial
Luego quisieron salir de la rutina y empezaron a meter a la filosofía en sus jueguecitos. Y entonces llegó Stanley Kubrick y dijo “dadme un poco de pasta y dejadme a mí, que yo os lo monto”. Así que en 1968 el genio hizo 2001. Para ello, Kubrick tuvo que apoyarse en un cuarto agente, la literatura (El Centinela).
El libro siempre fue un paso por delante en su relación con el espacio. Era el chico listo pero el cine era el chico guapo. Así que con una calidad y unos efectos visuales adelantados a su tiempo, Stanley se cargó a los alienígenas, nos volvió a llevar a las estrellas y en vez de hacer turismo, nos invitó a filosofar.
Ese mismo año, ante la posibilidad de especular que ofrecía el cada vez menos desconocido cosmos y aprovechando las teorías físico-cuánticas, la relatividad y todo ese potaje, Charlton Heston visitó El Planeta de Los Simios. Las estrellas del cine dejaron de temer a sus homónimas del universo.
Con la carrera espacial a punto de finalizar, el camarrada Tarkovski quiso hacer un último favor a la patria con Solaris (1972), también conocida por algunos como “Solaris, la buena, no la del Clooney”. Al igual que Kubrick, basándose en una novela e invitándonos a comernos el tarro, el universo se reveló en las pantallas como un medio para mirarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de que igual no somos tan chachipirulis como nos creemos.
Descubrimos la Fuerza y el fandom
Quizás por esto, llegamos a donde sabíamos que íbamos a llegar: a las dos Sagas. Aquí ni vienen ellos, ni vamos nosotros. Simplemente no estamos. Empezamos a ser conscientes de lo pequeños que somos y de lo vasto que es el tiempo y el espacio. Y quizás en algún punto de ambos, un jedi le está pateando el culo a un sith. George Lucas, aparte de llevar el merchandising a otro nivel, marcó a una generación y a sus hijos con su Guerra de las Galaxias, Star Wars si eres de Albacete pero estuviste 6 meses de Erasmus en Gales.
Quizás tuvieron mucho que ver en el fenómeno fan y el haterismo que tan a gusto acampan hoy en día por las redes, ya que una década antes apareció la serie Star Trek. Ésta tuvo un inicio complicado que finalmente acabó en un ejército de trekkies, mientras simultáneamente los jedis iban causando furor en lo que quedaba del pastel. Y durante años y generaciones, estás dos franquicias han sido el Madrid-Barça del cine, aunque quedaron un par de tíos sensatos que decidieron disfrutar de ambas sagas sin más pamplinas.
Si seguimos nuestro viaje Ridley Scott nos obliga a hacer un alto. Los chavales ya no se asustaban como en los años 50 y había que darles una lección. Con Alien, el octavo pasajero (1979) se siguió la tendencia del cine de terror de no solo mostrar, sino sugerir, agobiar, hacer que el espectador imagine antes de confirmar. Y ahí los pilló, a años luz de mamá y papá. Otra saga de culto con la que sacar billetes.
Cine y espacio empezaron a ser los reyes del baile de graduación. Hasta James Bond salvó el día desde más allá de los cielos (Moonraker, 1979)
En el mundo real, los conocimientos sobre el universo avanzaban, el regalo estrella de los Reyes Magos pudientes era un telescopio y el espacio se volvió un lugar cada vez más interesante. Así que Carl Sagan nos quiso dar una masterclass al respecto con su serie divulgativa Cosmos (1980).
Empezábamos a aceptar que éramos unos mocos en el universo, pero no sabíamos hasta qué punto y Carl nos lo mostró mientras Vangelis nos zumbaba los tímpanos. Esto implicó que aquellos que quisieran contar con nuestros tortolitos, antes debían documentarse un poco.
Si lo hace Spielberg, yo también
Junto con las continuas entregas de las sagas anteriores, cada año fueron saliendo dos o tres películas del espacio que nos sacaban de nuestro conflictivo planeta o nos traían conflictivos visitantes.
Por otro lado, un tipo llamado Steven Spielberg también observó que los marcianitos molaban mucho, pero él decidió que mejor hacerlo en casa, en family friendly y sin malos rollos. Filmó E.T, el Extraterrestre (1982) y Encuentros en la Tercera Fase (1977) y ya no hubo más que hablar.
Y así nuestra pareja llega al fin del milenio. Con la democratización del croma, el CGI y los efectos digitales, hasta el más tonto (por ejemplo, Roland Emmerich) podía poner a nuestros amantes a bailar como en Independence Day (1996).
Tipos como Clint Eastwood, Ron Howard, Tim Burton, M. Night Shyamalan o Brian de Palma les invitaron a danzar en sus platós. La pequeña pantalla también les puso mesa y mantel para crear series como Battlestar Galactica.
Ahora son inseparables y necesitamos que sigan juntos. Ellos nos siguen haciendo pensar con Moon (2009); nos siguen haciendo imaginar nuevos mundos con Pocahontas 2.0, digo Avatar (2009); nos siguen recordando que el futuro de la Humanidad depende de los americanos con Armageddon (1998); nos siguen recordando nuestra fragilidad con Gravity (2013); nos siguen poniendo tiernos con Wall-E (2008); nos siguen trayendo bizarradas con Iron Sky (2012); nos siguen llevando a otra dimensión con Interstellar (2014); nos siguen trayendo vecinos con Super 8 (2011).
Como dijimos al principio, quizás ha faltado alguna película del espacio que sea clave en este viaje. Quizás algún film turco de los 80 contradice algo de lo escrito. Pero bueno, para nosotros cine y espacio tienen algo más en común: nos falta mucho por descubrir de ambos.
Bua, que poéticos nos hemos vuelto.