Hola cinéfilos y demás morralla, soy Amadeo Kubrick y vamos a disertar brevemente sobre la ganadora del ñordo a mejor película, 12 Años de Esclavitud.
AVISO: Esta crítica contiene esa palabra inglesa que usamos cuando no queremos que la gente que no ha visto el Sexto Sentido sepa que Bruce Willis está muerto.
Como todo buen cinéfilo sabe, ninguna película ganadora del Oscar a mejor película es buena salvo que este en blanco y negro y su director esté criando malvas. Esta cinta no va a ser una excepción aunque la dirige un tipo que sí que ha hecho buenas películas como Hunger (que va de un notas que pasa hambre) y Shame (que es el mismo notas pasando vergüenza), que son obras maestras de la lentitud, la pausa y que carecen de esa lacra artística conocida como ritmo.
Sin embargo, este director negro (lo cual suma puntos) y con gafas de pasta (lo cual suma muchos más puntos), se prostituye con alevosía haciendo una película normal, con diálogos normales, música normal y planos que duran menos de media hora. Imperdonable.
La historia va de un negro que se ha pasado el Violin Hero en dificultad austriaca y que tiene familia, trabajo y sombrero de copa, que es muy importante en la época. El caso es que dos esbirros deciden que ese negro es demasiado feliz y dichoso y que si queremos ganar un Oscar hay que mortificarlo un poquito. Por eso lo secuestran y lo venden cual riñón de turista en Brasil.
En su viaje hacia el Paseo de la Fama de la miseria, se encuentra con más negros que también lo pasan malamente, ya que para ganar el Oscar no solo hay que torturar al protagonista sino a todos los que compartan su raza, como bien nos enseñó Spielberg en la Lista de Schindler. Entre lloros y latigazos aparece una chavalita más plana que el encefalograma de Franco que es una máquina de recoger algodón, pero como es negra, en vez de enviarla al Tú Sí Que Vales conviene dejarle la espalda como un pupitre de primaria, si es que queremos conseguir el Oscar, claro.
Por cada dos blancos malos que aparecen hay otro un bueno para que el espectador caucásico no se sienta en la obligación moral de cortarse un brazo y usarlo como abono orgánico para cultivar flores que luego mandará a la tumba de Martin Luther King. Además, Brad Pitt es de los blancos buenos y salva al prota, lo cual multiplica por diez la bondad blanca y provoca que tengas la sensación de que el somalí que vende pañuelos en el semáforo de tu casa te debe una.
Entre tanta mediocridad cabe destacar un plano del protagonista mirando al infinito durante medio minuto sin venir a cuento. Detalles como estos me hacen pensar que aún queda esperanza para ese zombie que llamamos cine actual.
En definitiva, es una película que debes ver y amar si no quieres que te llamen racista o si quieres ser el próximo alcalde de Baltimore. Mi valoración es de 4 muffins sobre 10.